Un tipo casi normal...

No me gusta que me hablen los taxistas. Tampoco cuando me cortan el pelo. No me gusta que cuando estoy mirando ropa alguien se me acerque y me diga hola, ¿te puedo ayudar? Ni aunque esté buena. Me gusta leer libros de pie en las librerías, aunque me pongo nervioso cuando una chica se pone a curiosear un libro a mi lado. Cualquier día me dará por invitarla a un café. No me gusta el café. Lo de invitarla "a un café" sería sólo por convención, se entiende. Para que supiera que tengo huevos pero que no soy peligroso. Tú me decías eres peligroso, miras hondo. Y yo respondía, te dije que no te convenía quitarme las gafas. No me gusta hablar con desconocidos. Con algunos. El taxista de esta mañana. Sólo me corto el pelo tres veces al año. Tú me llamabas Principito.

sábado, 21 de junio de 2014

Un tipo con suerte

Ahora mismo debe haber un tipo molando mucho con una chaqueta  azul, chulísima,  que me dejé olvidada sobre un banco del parque un día. Ese día.


Él se sentirá afortunado,
porque la mía era una chaqueta de puta madre.
La habrá encontrado en el banco del parque,
olvidada sobre el respaldo
como se olvidan las cosas que ya no importan,
pues cómo iba a importarme ya
otro abrigo distinto del de tus ojos callados
diciéndome
ven
cómo me iba a hacer falta ya ninguna armadura
cuando tú te me acercabas sin coraza y a todo tambor
para abrazarme infinita
siento, luego existo, me decías
mientras tus manos impedían mis sombras
mientras mis manos
impedían tus sombras.
Desde nuestro banco del parque,
que era el fin del mundo
y era
el principio del mundo
veíamos a la gente empezar a abrigarse,
por las noches refresca, decían, y nos daba la risa
pues nosotros vencíamos al frío juntándonos mucho todo,
nos juntábamos hasta el alma según Platón,
y así nos levantamos y nos fuimos, todavía abrazados,
germinando de grosellas a cada paso el suelo,
caminando unidos por el vínculo improbable,
y pese a todo cierto, de habernos al fin encontrado.
Atrás quedaba mi chaqueta olvidada en el banco,
viéndonos salir del parque
y pensando, en el lenguaje de las chaquetas,
míralos, qué monos…

Jacques y el mar

domingo, 15 de junio de 2014

Quedarse


De mí sólo tienes que saber una cosa: que nunca me voy.

He visto carreteras de sangre por tu piel
huir;
te he visto atravesada
por el boomerang de tus propios ojos frente al espejo,
partida en siete trozos,
tú en cada cachito de espejo roto,
cachitos de ti por siete,
un puzle de cristal
que recoges del suelo
con los dedos ensangrentados
sin comprender todavía de dónde viene tanto rojo.
Te he visto degollar carneros de celofán,
mecida por nanas de benzodiacepinas.
No importa la pastilla, me aclaras,
dame la mano o no me dormiré,
y yo entonces soy idea y soy concepto,
soy el tipo que no se asusta
cuando te quitas cuando te arrancas
todas las capas de la piel
para que al fin yo te pueda ver
víscera
y te vea eco sordo del grito por dentro
y te vea todo lo triste que cabe en un cuerpo,
sin una mísera
concesión a ninguna esperanza.
Tienes que estar más loco que yo, me dices,
para no salir corriendo.

La Nadia que no veis