Un tipo casi normal...

No me gusta que me hablen los taxistas. Tampoco cuando me cortan el pelo. No me gusta que cuando estoy mirando ropa alguien se me acerque y me diga hola, ¿te puedo ayudar? Ni aunque esté buena. Me gusta leer libros de pie en las librerías, aunque me pongo nervioso cuando una chica se pone a curiosear un libro a mi lado. Cualquier día me dará por invitarla a un café. No me gusta el café. Lo de invitarla "a un café" sería sólo por convención, se entiende. Para que supiera que tengo huevos pero que no soy peligroso. Tú me decías eres peligroso, miras hondo. Y yo respondía, te dije que no te convenía quitarme las gafas. No me gusta hablar con desconocidos. Con algunos. El taxista de esta mañana. Sólo me corto el pelo tres veces al año. Tú me llamabas Principito.

viernes, 22 de agosto de 2014

Un Madrid de nevera

…y tú envidas: mañana tenemos invierno si vienes conmigo.
Y yo acepto,
porque ¿acaso no es el mal tiempo una oportunidad de ser épicos?
Atravesar un desierto blanco para poder decir “te dije que volvería”.
Yo acepto
porque me apunto a un Madrid de nevera contigo,
porque ese frío no hiela.
Y por eso no traigo abrigos ni mantas,
porque a nosotros no nos hace falta protegernos
de lo que ya nos es conocido.
A nosotros no nos sobresaltan
los pies fríos del otro en la cama
porque recordamos qué es estar muertos.
Yo acepto
porque no hacerlo es de cobardes;
yo acepto porque a los demás las hogueras
las llamas las velas, a los demás las brasas,
pero a nosotros lo que en verdad nos arde
son las palabras imantadas
por un frío del mismo signo
que extrañamente
no nos repele.

La Nadia que no veis

lunes, 4 de agosto de 2014

Nuestro Mont Ventoux



Nuestro Mont Ventoux[1]
Quiero los tranvías de Lisboa
pasando por delante nuestra
justo ahora
para recordarnos que la vida no es un violín
pero que tal vez nosotros sí podamos ser violín
o asteroide
o acaso baobab de raíces plantadas
en las alas que nacen en las tiras de tu vestido;
quiero las geometrías imposibles de las luces
edificando Partenones boca abajo
sobre los charcos nocturnos de las aceras,
y bajo esas ruinas del revés entenderemos
que no queremos el destino del pájaro cansado
que no mueve las alas
y planea,
el destino del paracaidista al que le da igual dónde,
sólo le importa pisar tierra
y se deja llevar
y planea,
el destino del trozo de papel arrastrado por un aire furioso
que no perdona que nosotros decidiéramos
todavía
no
rendirnos,
no confiarnos a las corrientes caprichosas de viento,
que decidiéramos mirarnos a los ojos
y seguir pedaleando por las laderas lunáticas del Mont Ventoux
hasta llegar a una meta escogida por nosotros
y no conformarnos
con menos.

Jacques y el mar


[1] El Mont Ventoux, en los Alpes, es una de las ascensiones ciclistas más difíciles que hay, con 1610 metros de desnivel en 22 kilómetros de distancia. La subida es fácil hasta Saint-Estève pero los 16 kilómetros restantes tienen una pendiente media de 10%, a lo que hay que sumar ráfagas violentas de viento en sus últimos kilómetros.