Un tipo casi normal...

No me gusta que me hablen los taxistas. Tampoco cuando me cortan el pelo. No me gusta que cuando estoy mirando ropa alguien se me acerque y me diga hola, ¿te puedo ayudar? Ni aunque esté buena. Me gusta leer libros de pie en las librerías, aunque me pongo nervioso cuando una chica se pone a curiosear un libro a mi lado. Cualquier día me dará por invitarla a un café. No me gusta el café. Lo de invitarla "a un café" sería sólo por convención, se entiende. Para que supiera que tengo huevos pero que no soy peligroso. Tú me decías eres peligroso, miras hondo. Y yo respondía, te dije que no te convenía quitarme las gafas. No me gusta hablar con desconocidos. Con algunos. El taxista de esta mañana. Sólo me corto el pelo tres veces al año. Tú me llamabas Principito.

martes, 25 de marzo de 2014

El violinista y el unicornio

Hasta Montreal 76, nunca nadie en la historia de los JJ.OO. había logrado sacar un 10 en cualquier ejercicio de gimnasia artística. Nadia Comaneci, con catorce años, consiguió siete dieces en distintos ejercicios. Ni siquiera los marcadores de la época estaban preparados y por eso tuvieron que reflejar un 1.00.
Lo más fascinante de esta hazaña deportiva es que la ejecución de los ejercicios de Nadia Comaneci técnicamente no fue estrictamente perfecta, pero los jueces supieron ver en ella algo distinto, algo especial, algo difícil de ver para un ojo no entrenado para identificar lo excepcional…



A la chica que capta socios para Cruz Roja le mandan ponerse al principio de la Calle Arenal, pero ella prefiere un poco más abajo. Se pone siempre a la altura de la parroquia de San Ginés, donde el violinista. Por el violinista. Pobre, nadie se para a escucharle, piensa.

El violinista no está hasta que ella llega. Bueno, sí está, todos los paseantes lo ven ahí de pie pero él no necesita estar para que sus dedos toquen con la memoria de los dedos el Adagio de Albinoni, el Canon de Pachelbel, la Primavera de Vivaldi, ti ti, tirori to ti to, ti ti ti tiroti, totito... mierdas para turistas, piensa, mientras piensa ¿cuándo vendrá la chica de la Cruz Roja? ¿y si hoy no viene?

Porque ella también sabe lo importante que es que se paren y te escuchen, cada tarde antes de irse, la chica que capta socios para Cruz Roja se pone delante del violinista y le escucha tocar. Le mira tocar. Él termina la pieza con la que esté y a continuación siempre toca lo mismo: una canción que a la chica de la Cruz Roja le resulta familiar pero que no termina de identificar, una canción triste que, sin embargo, no le apena. Cuando termina la canción ella siempre le suelta una moneda, le sonríe y le dice gracias, porque ha comprobado que esa canción sólo la toca una vez durante la tarde: cuando ella se para delante a escucharle.

El violinista sólo toca mierdas para turistas. Fija la mirada en un punto del suelo y va escuchando el clin de la Puerta de Branderburgo chocar contra la cara del rey Alberto II, la Cruz de Malta  arrojada contra el Hombre de Vitruvio... Él sólo ve calcetines blancos pasando en zapatillas. A la chica de la Cruz Roja no la ve llegar, la siente llegar como si fuera un Jedi... o a lo mejor es que entre canción y canción alza la vista buscándola, ven ya. Cuando los dioses acceden a su petición y un chaleco rojo aparece bajando por la calle, él deja de ser un funcionario y rasga las notas que guarda en el doble fondo de su violín, la canción para ella.

Hola, ¿tienes cinco minutos para Cruz Roja? Tengoprisalosiento. Hola, ¿tienes cinco minutos para Cruz Roja? Nopuedodisculpa. El violinista ahí de pie ve la escena en bucle y piensa que la gente no sabe mirar, que sólo ve dos ojos normales en los ojos normales de la chica de la Cruz Roja, que no ven que ella es un unicornio.

Un unicornio se ha acercado y está mirando tocar al violinista antes de irse a casa. ¿Cómo se le mantiene la mirada a un unicornio sin asustarlo? Un unicornio que habla, ¿cuál es esta canción que acabas de tocar? La sonrisa, el gracias, la moneda (el violinista siempre rescata esa moneda de las demás, porque es la moneda de la chica de la Cruz Roja y esas las guarda todas)... la sonrisa, el gracias, la moneda… el ritual era el mismo que el de otras veces, sí, pero ahora ella preguntaba 
-¿Cuál es esta canción que acabas de tocar?
Y él responde 
-The Constant, de la banda sonora de Lost, la que suena en la escena de la conversación telefónica entre
-Desmond y Penny -le interrumpe ella.
El violinista mira al unicornio. ¿Qué es peor, no saber mirar o saber mirar y no atreverse?
-Te invito a un café -se arriesga finalmente a decirle.
-Me llamo Nadia -responde ella.

La Nadia que no veis



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