Hasta Montreal 76, nunca nadie en la
historia de los JJ.OO. había logrado sacar un 10 en cualquier ejercicio de
gimnasia artística. Nadia Comaneci, con catorce años, consiguió siete dieces en
distintos ejercicios. Ni siquiera los marcadores de la época estaban preparados
y por eso tuvieron que reflejar un 1.00.
Lo más fascinante de esta hazaña
deportiva es que la ejecución de los ejercicios de Nadia Comaneci técnicamente
no fue estrictamente perfecta, pero los jueces supieron ver en ella algo
distinto, algo especial, algo difícil de ver para un ojo no entrenado para
identificar lo excepcional…
A la chica que
capta socios para Cruz Roja le mandan ponerse al principio de la Calle Arenal,
pero ella prefiere un poco más abajo. Se pone siempre a la altura de la
parroquia de San Ginés, donde el violinista. Por el violinista. Pobre, nadie se
para a escucharle, piensa.
El violinista no
está hasta que ella llega. Bueno, sí está, todos los paseantes lo ven ahí de
pie pero él no necesita estar para que sus dedos toquen con la memoria de los
dedos el Adagio de Albinoni, el Canon de Pachelbel, la Primavera de Vivaldi, ti
ti, tirori to ti to, ti ti ti tiroti, totito... mierdas para turistas, piensa,
mientras piensa ¿cuándo vendrá la chica de la Cruz Roja? ¿y si hoy no viene?
Porque ella
también sabe lo importante que es que se paren y te escuchen, cada tarde antes
de irse, la chica que capta socios para Cruz Roja se pone delante del
violinista y le escucha tocar. Le mira tocar. Él termina la pieza con la que
esté y a continuación siempre toca lo mismo: una canción que a la chica de la
Cruz Roja le resulta familiar pero que no termina de identificar, una canción
triste que, sin embargo, no le apena. Cuando termina la canción ella siempre le
suelta una moneda, le sonríe y le dice gracias, porque ha comprobado que esa
canción sólo la toca una vez durante la tarde: cuando ella se para delante a
escucharle.
El violinista
sólo toca mierdas para turistas. Fija la mirada en un punto del suelo y va
escuchando el clin de la Puerta de Branderburgo chocar contra la cara del rey
Alberto II, la Cruz de Malta arrojada contra el Hombre de Vitruvio... Él
sólo ve calcetines blancos pasando en zapatillas. A la chica de la Cruz Roja no
la ve llegar, la siente llegar como si fuera un Jedi... o a lo mejor es que
entre canción y canción alza la vista buscándola, ven ya. Cuando los dioses
acceden a su petición y un chaleco rojo aparece bajando por la calle, él deja
de ser un funcionario y rasga las notas que guarda en el doble fondo de su
violín, la canción para ella.
Hola, ¿tienes
cinco minutos para Cruz Roja? Tengoprisalosiento. Hola, ¿tienes cinco minutos
para Cruz Roja? Nopuedodisculpa. El violinista ahí de pie ve la escena en bucle
y piensa que la gente no sabe mirar, que sólo ve dos ojos normales en los ojos
normales de la chica de la Cruz Roja, que no ven que ella es un unicornio.
Un unicornio se
ha acercado y está mirando tocar al violinista antes de irse a casa. ¿Cómo se
le mantiene la mirada a un unicornio sin asustarlo? Un unicornio que habla,
¿cuál es esta canción que acabas de tocar? La sonrisa, el gracias, la moneda
(el violinista siempre rescata esa
moneda de las demás, porque es la moneda de la chica de la Cruz Roja y esas las
guarda todas)... la sonrisa, el gracias, la moneda… el ritual era el mismo que
el de otras veces, sí, pero ahora ella preguntaba
-¿Cuál es esta
canción que acabas de tocar?
Y él responde
-The Constant, de
la banda sonora de Lost, la que suena en la escena de la conversación
telefónica entre
-Desmond y Penny
-le interrumpe ella.
El violinista
mira al unicornio. ¿Qué es peor, no saber mirar o saber mirar y no atreverse?
-Te invito a un
café -se arriesga finalmente a decirle.
-Me llamo Nadia
-responde ella.
La Nadia que no veis
https://www.youtube.com/watch?v=1myqqgfOr-I
ResponderEliminar